12 junio 2009

Las princesas borrachas

Gabriel Rodríguez


A Montse le gusta Juan. Toño y Lucía nunca han charlado más de dos minutos, pero ya son novios. Juliana anda con el otro Toño del salón. Teresa y López se gustan y ni siquiera lo han notado. Mirna y Minerva pelean por Gonzalo. A Celia le gustan más grandecitos y, atontada, observa a los de sexto jugar basquet, les espía las axilas goteando. Al Pollo las mujeres todavía no le llaman la atención. Yuri está enamorada de Marlene. Perla se sienta junto a Tomás y un día a la mitad del recreo fue y le dio un beso en donde comienzan los labios; no volvió a dirigirle la palabra. Ricardo está confundidísimo, es feo y disfruta sus erecciones cuando nadie lo ve. En resumen, todos se gustan, son hermosos y perderán dicha belleza sin siquiera notarlo.
Los niños juegan pateando un botecito de frutsi y su portería es el mundo.
A las niñas las dejan sin recreo, a cambio, les regalan una toalla femenina y les dicen que un día, y luego siempre, van a sangrar entre las piernas.
Sangre. Las niñas la tienen complicada. Está de moda cortarse las muñecas de las manos. Ver sangrar. Montse se hace tres líneas con el filo de un transportador. Apenas y se rasguña levemente. No pasa a mayores. Chupa su sangre hasta amansar la herida. Se pregunta si la sangre que le saldrá de entre las piernas también sabrá rico. A rojo. A sangre sabe la sangre.
Eso es con Monsterrat. Pero, en general, a todas la noticia les cae como un manguerazo. Poco a poco se dividirá el salón. Ahora no sólo en niñas y niños, sino en niñas que ya tuvieron su dichoso período y niñas que no. La moneda de cambio es la promesa de poder considerarse toda una señorita. Lo que quiera que eso signifique.
A Montse le gusta Juan. Y mucho. Lo observa durante las clases como si la estuvieran filmando para un comercial. Ha escrito “Juan” tantas veces en la hoja final de sus cuadernos que hoy presentó un examen con el nombre de él en la línea donde tenía que escribir el suyo. El incidente hace que todos se enteren de dicha fascinación. En un papelito que cruza todo el salón de clases mientras la maestra les da la espalda, Marlene le escribe a Yuri que sería conveniente invitar a la tal Montserrat “Juan” Campos a formar parte de las Princesas Borrachas.
La respuesta de Yuri es: lo que tú quieras, Marlene.
Marlene obliga a Yuri a chuparle los pezones. Se siente bien rico. Pasan las tardes en casa de una de las dos. Diariamente las separan la caída del sol y dos cuadras pequeñas. Suelen hacer la tarea juntas, ver tele o ir por paletas a La Michoacana de la esquina; se comen, cada una, la mitad de la paleta de la otra. Luego se recuestan en el patio escuchando alguna canción de moda, unidas sus orejas por un audífono compartido. A las dos ya les bajó. Incluso, de tanto estar juntas, se les han sincronizado los días especiales. Los pezones de Marlene son oscuros, bizcos, dos planetas cuya furia se despierta con saliva y mordiditas. Ambas tienen los cuerpos medianamente desarrollados. Casi obesas, feas, cejonas y con el cabello corto y engomado, parecen dos meseras de Sanborn’s en miniatura.
Las dos amigas le indican en un papelito a Montserrat que acabando la lección se quede en su pupitre.
Marlene y Yuri se hacen llamar las Princesas Borrachas, aunque ni beben ni sangran azul. Se acuestan con sus compañeritos por dinero, es lo que hacen. Mientras más chicos, es mejor. Ahí radica toda la trampa. Montse dice que sí, que le entra; lo dice más por nervios que por otra cosa.
Mientras más chicos es mejor, le explican. Pero cuando decimos “chicos” es chicos de edad, ojo. El negocio lo ofrecen, mayormente, a los de segundo y tercero; de repente a uno de cuarto mal informado, y con su domingo disponible. Los enemigos directos de las Princesas Borrachas son los padres que hablan de sexo con sus hijos y la unidad III en el libro de ciencias naturales.
Montse, hija menor en una familia de alegres cristianos, sabe poco de esas cosas. Alguna vez descubrió a su hermano mayor hojeando una revista de encueradas con la mano metida dentro del pants, y cuando en las telenovelas pasan una escena de besos y caricias su madre siempre distrae la conversación: ¿no les dará frío? o ¡Ay, qué bonitas sábanas! Cierta ocasión le cachó una erección a su padrastro que preparaba limonada para soportar el calor. Una de tantas erecciones desperdiciadas, pues el Sr. y la Sra. Campos desde hace mucho han dejado de jugar a las luchitas encuerados. Montse, en todo caso, prefiere enfocarse a otros miedos menos fecundos: no reprobar o ponerse tantito maquillaje olor a fresa en sus labios con forma de ave.
Tu Juan ya está muy grande. Le dicen las Princesas a Montse. Hoy a la salida nos acompañas a la casa de Yuri, tenemos un cliente en la tarde. Mi mamá se emboba separando las piedritas de los frijoles y no se entera de lo que hacemos. Montserrat siente que el estómago se le empequeñece como después de un balonazo.
Las tres amigas caminan tomadas de la mano, parece que siguen el camino amarillo pero no, lo que cruzan se llama Ecatepec. Van a comprar paletas mas ya no pueden compartir mitades. Sobra la de uva. Yuri de inmediato sabe que aquello es un error, que perderá una parte del cariño de Marlene permitiendo que entre una nueva integrante al grupo. Le comunica su inquietud como se cuenta un secretito. No seas burris, piensa en ella como una obrera, responde, serena y dulce, Marlene, luego seremos cuatro. Nunca cinco. Alguna vez, seis.
Para matar la tarde, en lo que llega el cliente, juegan a saltar la cuerda y hacer nudos complicados con las agujetas de sus zapatos tenis. Hablan de los galanes que salen en los comerciales. A las tres les gusta el mismo.
El cliente va en 2º.B. Llega con un amiguito de 2º.A. No son nada guapos. Al de la derecha, la mitad de su rostro la cubre una mancha roja con forma de la península de Yucatán. Vienen de perder por goleada. Hasta para Montse aquel par lo conforman dos niñotes bien mensos. Ya los ha visto en el recreo haciéndose los chistosos. Montse está nerviosa, callada, trata de tomar todo aquello como un juego más. Perder la confusa virginidad aquella tarde es similar a tomar el té con un grupo de ositos inmóviles. Los niños depositan su dinero. Quince pesos por los dos. No está mal tal cifra a cambio de algo que a ellas les tomará menos de cinco minutos.
Marlene es quien asume el control natural de la situación. De inmediato se acerca al que luce menos informado del par y le pide que le exprima un grano que tiene en la espalda al mismo tiempo que se levanta la camisa. El niño pellizca la espalda de Marlene. A Yuri el otro chamaco trata de ponerle la mano en la pierna pero ella se aleja grosera.
Montserrat tiene ganas de cubrirse los ojos dejando pasar la mirada entre dos dedos. Tiene ganas de acusar a las dos niñas con la profesora. Y a la vez ganas de gritar mamá o papá, el que sea. Marlene se quita la blusa por completo, guarda el dinero en la bolsita de su falda a cuadros. Yuri se coloca de pie frente a ella y, levemente inclinada, comienza a lamerle ambos pezones con besitos curativos.
El niño que exprimía el grano se aleja unos pasos, el otro no deja de pensar en que ya le salió el holograma que le faltaba para llenar su álbum de la Eurocopa.
Entonces Montse se pone de pie. Nadie entiende si es con ímpetu participativo o para salir huyendo de aquella repentina sucursal de lo que no está bien hacer. De pie, no sabe cómo actuar y vuelve a sentarse. Yuri liba con religiosa dedicación el impar caramelo instalado en el pecho de su amiga Marlene. Mamá, abajo y cortando pepinos, medita que los niños de hoy crecen muy rápido. No pierde de vista la estufa vieja, la sopa, los tomates, el precio del gas.
Entonces da inicio el acto sexual de los inocentes. Marlene se coloca de vuelta el pequeño corpiño y le indica a su chamaco dónde sentarse. No le baja el pantalón, ni la bragueta, no le acaricia el pene por encima del pantalón. Nada. Sólo se coloca encima, frotándose, simula que lo goza.
Yuri hace lo mismo con el amiguito. Hace cuentas mentales. Quince pesos. Ya debemos tener unos cien. Dentro de poco podrán por fin comprarse dos anillos idénticos. Se colocan encima y se mueven en un vaivén que en otro contexto hubiera sido muy gracioso para sus papás. Montse sólo observa aquel delirio. Ni siquiera es que se masturben usando el cuerpo de los niñitos como plataforma. Nada. Sólo actuar e interpretarse putas, gemir ignorantes. Quince pesos. Dos paletas, una revista de chismes, dos chocomiles pequeños o uno grande con dos popotes. Van y vienen con sus respectivas sonrisas. Yuri hasta se muerde el labio. Suben y bajan. Incómodas y diplomáticas. También podrían ahorrar más y comprarse un tinte para el cabello, ser rubias.
Montse siente entre las piernas que sangra. Es un grito dentro de su cuerpo, un lamento irremediable. Una herida que no sanará. Pena y culpa.
Montse se irá de ahí sin decir una palabra, caminando raro, conteniendo el rojo que le mancha el calzón. Eso las dos amigas lo desconocen, pero igual se burlarán de ella. La señalarán.
El resto de la primaria Montse procurará evitar a las Princesas Borrachas. Las verá crecer en grupo y luego separarse. Jamás dirá lo que presenció. Tampoco se acercará a Juan, ni siquiera para pedirle la hora o una papita enchilada. Su primer novio: Sonny Corleone. Luego se enamorará de Juan del Diablo. Ya en la prepa andará con Mauricio, quien fuera el primer varón en introducirle una verga protegida. Ese día, saciada y rota, borrará de su memoria los imaginarios actos sexuales de Marlene y Yuri, el jueguito de hacerle a la puta, de hacerle a la cogida. Ya no se va a acordar.
Ya, dice Marlene imperativa. Ya les hicimos el amor. Después de esa frase los niños solían retirarse cuanto antes de ahí. Con esos dos campeoncitos no hay diferencia. Se anudan el suéter a la cintura, guillotinándose la cabeza del pene. Luego abandonan la pieza y, a las cuántas cuadras, se palmean la espalda uno al otro, presumidos y silenciosos.

1 comentario: